FRASE DEL AÑO


FRASE DEL AÑO

"Al político ni agua, y si tiene sed, polvorones".


jueves, 14 de julio de 2011

Leyenda de una noche gallega


Era la noche de San Juan y nos disponíamos a disfrutar de uno de los manjares que nos habían llevado en ese puente hasta Galicia, la lamprea seca rellena. Era la primera vez que nos acercábamos por esas tierras y estábamos completamente abducidos por sus gentes, gastronomía, entorno natural y su cultura. El último pueblecito que habíamos visto antes de cenar era Arbo, en el interior de Pontevedra. Sitio espectacular por sus parajes naturales. Decidimos cenar y fuimos a un sitio que nos habían recomendado a las afueras de Arbo y su dueño, un gallego encantador, nos trató de maravilla, al igual que toda su familia. Nos aconsejó acerca de platos típicos gallegos y nos deleitó con el maravilloso sabor de la lamprea cocinada como sólo Antón y su mujer Xoana saben hacer.

Tras la tertulia y sobremesa posterior, Antón y Xoana nos recomendaron acercarnos al río Deva ya que como la noche era tranquila, podríamos apreciar sentados a la orilla junto a una roca del río, el ruido de las aguas. Ultimamente, ellos lo hacían unos 3 días a la semana, ya que Antón se encontraba muy bajo de ánimo y algo enfermizo. Nos aseguraron relajación absoluta y como ya eran casi las 2 de la mañana seguimos el consejo y tras despedirnos efusivamente de los dueños del restaurante, subimos al coche y en 5 kilómetros aprox. encontramos un apartado en la carretera donde paramos. Seguimos a pie por un sendero oscuro y frondoso, jalonado por helechos húmedos, hojas caídas y mojadas y chopos de altura considerable. Tras caminar unos 500 metros, llegamos a la orilla. Tenían razón. Se estaba de maravilla y sin duda aquel lugar era idóneo para olvidarse de todo.

La pareja que nos acompañaba a mi mujer y a mi, eran Pablo y María. Ella es gallega y reconoce sentir una admiración especial por su tierra. Estaba igual de fascinada que nosotros viendo el rincón descubierto y nos decía que siempre que va a Galicia descubre algo nuevo que la encanta. Allí estuvimos tranquilamente charlando durante una hora. Decidimos volver al coche, ya que eran las 3 y al día siguiente teníamos pensado seguir haciendo rutas. De repente, nos percatamos de un silencio espectacular. Todos los ruidos de animales habían cesado. El silencio era sencillamente sepulcral y en cuestión de segundos un fortísimo olor a cera quemada lo inundaba todo. María se quedó paralizada con el miedo en los ojos y se abrazó fuertemente a Pablo. Preguntamos qué le pasaba? Y nos contestó con ojos desencajados y voz temblorosa, que se trataba de la Santa Compaña.


Nos fuimos al sendero, camino de vuelta al coche. Empezamos a oir un fuerte ruido de pasos, como si se acercase mucha gente. Seguidamente, sonó una campanilla y pudimos escuchar en la oscuridad del bosque los rezos de un fúnebre rosario. Una claridad relampagueante empezó a intuirse entre los árboles y acto seguido fuimos testigos del cortejo fúnebre, de la procesión de muertos, en resumidas cuentas, de toda una comitiva fantasmal. Creo que nuestro corazón dejó de latir por unos instantes tan paralizado por el miedo como el resto del cuerpo. María reaccionó rápidamente y sin hablar y a través de señas nos advirtió que no mirásemos el cortejo, ni hablásemos en su presencia.

Nos apartamos del camino y María se dispuso a hacer un círculo con una cruz dentro, en el que nos encerró a los 4. Nos dijo que nos tumbáramos boca abajo, rezásemos e intentásemos no escuchar la voz de las almas en pena y que no nos moviésemos aunque la Santa Compaña nos pasase por encima. Así lo hicimos, aterrorizados y con el miedo rebosando por nuestros poros. Yo, casi besaba el húmedo suelo, lleno de hojarasca resbaladiza y embarrada. En cuestión de poco tiempo, intuimos su presencia junto a nosotros. De soslayo vislumbrábamos el resplandor de sus velas, sin mirarles a la cara. Oíamos los pasos y sentimos un ligero viento, señal de que teníamos al lado la tétrica legión de espectros y os aseguro que allí mismo creí morirme del miedo que me atenazaba. Sólo sé que aquellos breves minutos, se me hicieron eternos y estuvimos un buen rato tumbados después de que la comitiva hubiera pasado, hasta que pudimos atisbar que el brillo de luz blanca irregular, que acompañaba la procesión, había desaparecido.

Al incorporarnos, vimos a María llorando y espantada. Había sido testigo de casi todo. Nos comentó que ella tenía la facultad de poder ver a la Santa Compaña, ya que el sacerdote que la bautizó, lo hizo por error con el óleo de los difuntos. Nos comentó que la procesión fantasmal que se nos había aparecido, estaba formada por 2 hileras de 3 difuntos, cada una. Caminaban descalzos, envueltos en sudarios, portando unas velas hechas de huesos humanos, con el rostro cubierto por un capuchón y encabezados por un vivo que portaba una cruz de madera y un caldero con agua bendita. Cuando estuvieron a nuestra altura, pudo ver con claridad quién era el vivo que había comandado la fúnebre peregrinación y que estaba condenado a vagar todas las noches por los caminos, hasta que encontrase otro vivo a quien traspasar la condena y así quedar libre.

Todos preguntamos al unísono, quién era?, y María entre sollozos, invadida por el pavor, nos confesó que la cara del primer encapuchado era la de Antón, el dueño del restaurante donde habíamos comido. Ahora entendía su estado enfermizo. Si Antón no conseguía traspasar esa cruz a otro vivo, iría enfermando y palideciendo gradualmente hasta morir. María aseguraba que quien realiza esta “función” no recuerda durante el día lo sucedido en el transcurso de la noche, pero cada noche su luz es más intensa y cada día su palidez irá en aumento. Como no les permiten descansar por las noches su debilitamiento cada vez es más extremo. Si María no hubiese realizado ese círculo de protección, a cualquiera de los cuatro nos hubieran obligado a unirnos a la comitiva.

Aún hoy, se me eriza el bello, sólo en pensar lo que vivimos esa noche. Han pasado 2 años y el miedo sigue en nuestro cuerpo, sobre todo, tras conocer que 4 meses después de nuestra visita a Galicia, Antón había fallecido. Por qué lo cuento, ahora?, porque recientemente me he enterado, que si cuentas estos sucesos acaecidos con la Santa Compaña es otra forma de protegerse de una nueva aparición de la tenebrosa procesión.

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martes, 5 de julio de 2011

Leyenda de una fría mañana


Aquella noche había sido muy dura. Muchos procesos informáticos habían fallado y los usuarios estaban un tanto histéricos. Al salir del curro me sentí liberado de tanta tensión. Era una mañana fría, típica de enero, sin aire. Era testigo de como el frío peso de la helada mañanera se dejaba sentir en mi cabeza. El vaho que salía de mi boca al respirar me recordaba el desayuno caliente que me esperaba en casa. Al llegar al coche pude comprobar que los cristales estaban helados. Tuve que rascar repetidamente el cristal delantero y el de mi ventanilla para quitar el hielo adherido. Decidí entrar en el coche y poner la calefacción. Mientras ojeaba una documentación se fue caldeando el habitáculo y metí primera, camino de casa.

Justo al incorporarme a la A1, hice el gesto habitual de mirar por el espejo retrovisor para calcular distancias con otros vehículos, y en ese preciso momento, lo ví. Era una silueta en penumbra, sentada en el asiento trasero, que resaltaba con los cristales helados, ataviada con un hábito con capuchón oscuro. Me quedé petrificado, sin poder hablar, pero mantuve el control del coche y la conducción del mismo. Para ello, había quitado la mirada del espejo retrovisor. Sólo escuchaba el ruido del motor y la ventilación del aire caliente. Mi cabeza pensaba a mil por hora. No quería volver a mirar por el espejo retrovisor y encontrarme de nuevo con esa imagen. Quizás hubiese sido una visión producto del cansancio.


Pero mi inconsciente curiosidad me decía que tenía que volver a mirar. Lentamente alcancé la altura del espejo y ahí estaba de nuevo. Llevaba un pasajero en el más profundo silencio, sin distinguir facciones, sin poder adivinar cúal era su intención, ni por qué me había elegido a mí. Mi cuerpo era un escalofrio y no conseguía articular ni una sola sílaba. Estaba abducido por el miedo. De repente, justo antes de bajar la cuesta de los Dominicos, oí una voz profunda, seca, muy distante. Sus palabras retumbaron en mi mente: “Reduce la velocidad y ponte en el carril central”. Como si fuese un autómata, así lo hice, poseído por el terror que me embargaba y cuando volví a mirar por el espejo, nada. No había nada, ni nadie. Dónde estaba la silueta?, por qué había tenido esa imagen fantasmagórica en mi coche y ahora no estaba?, lo había soñado?, mi imaginación me jugaba malas pasadas?

No volví a saber nada de aquel espectro, pero en las mañanas frías de enero cuando paso por ese punto, puedo sentir una presencia. Es como si atravesase un suave velo. Mi cuerpo se espeluzna y por supuesto reduzco la velocidad y me paso al carril central. Sin lugar a dudas, existen muchas puertas abiertas a otros mundos y en ciertos momentos esos mundos conectan y se intercomunican. Eso sí, cuando subas a tu coche en una fría mañana de enero mira siempre en el asiento trasero, por si acaso, no estás sólo.

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